Para Carlos Caraballo, pescador de Margarita desde la infancia, el mar ha sido siempre refugio y sustento. Pero su rutina, marcada durante años por la pesca nocturna, ahora se ve sacudida por un clima de incertidumbre que va más allá de las olas y las corrientes: la creciente fricción entre Venezuela y Estados Unidos.
De acuerdo con CNN, la presencia de destructores y un submarino estadounidense en el Caribe, justificada por Washington como una misión contra el narcotráfico, ha desatado inquietud en la isla. Caracas sostiene que se trata de una agresión militar encubierta y ha llevado el caso ante la ONU, denunciando ataques que dejaron varios muertos en altamar.
En este contexto, Caraballo, como otros pescadores simpatizantes del chavismo, se inscribió en la Milicia Nacional Bolivariana. Reconoce no tener experiencia con armas, pero asegura que está dispuesto a aprender. “Para un misil no sé cómo se está preparado, pero el pueblo se organiza”, afirma.
Hace pocos días participó en una protesta simbólica: más de cien embarcaciones recorrieron la bahía de Juan Griego hasta el Fortín de La Galera, un sitio histórico de la independencia. Allí, lancheros tanto oficialistas como opositores coincidieron en un mensaje de rechazo a la violencia, aunque con visiones distintas sobre la salida a la crisis política.
Entre el trabajo diario, la incertidumbre militar y los llamados de la milicia, Caraballo repite que no abandona su compromiso con la pesca. Pero también insiste en que, si la situación escala, estará dispuesto a defender su nación. En Margarita, el mar se convirtió en escenario de resistencia y de tensiones geopolíticas que superan a quienes lo habitan.
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