El clamor es el mismo es cualquier lugar, el deseo de salir de esta pesadilla, de cambiar prontamente, de hacerlo en paz y electoralmente.
Los reclamos son iguales en San Francisco que en Achaguas: los cortes de electricidad, las carencias de agua y gas, la de gasolina y gasoil; otra vez, las carreteras inservibles, el sistema de salud colapsado con hospitales y medicaturas «sin una curita», escuelas y liceos de apenas un par de días de clases semanales, misiones excluyentes repartiendo muy de vez en cuando bolsas Clap llenas de gorgojos.
En San Felipe como en Puerto Cabello es unánime la indignación por los sueldos y salarios que para nada alcanzan, profesionales y obreros, maestros y policías exigen aumentos inmediatos; abuelos y abuelas padeciendo calamidades después de una vida de trabajo con pensiones y jubilaciones de miseria.
Lloran en Carora por los hijos que están fuera y en El Valle ruegan a Vallita para que los traiga de vuelta.
«Son muchas las veces que en una semana no vendo nada», me confiesa una Internacionalista egresada de la UCV.
Empresarios acogotados por los impuestos y tributos, sobrevivientes a duras penas que evalúan después de tanto resistir bajar las santamarías; productores agropecuarios cansados de las alcabalas y la inexistencia de financiamiento, editores de medios autocensurados quejosos por la falta de insumos.
El descontento es generalizado pero la esperanza está viva.
Convencidos que no hay atajos, que nos engañaron proclamando que la ruta era la abstención, los alzamientos militares, las invasiones extranjeras incluso; los venezolanos aguardan expectantes el día que se elegirá un nuevo Presidente.
Hastiados de peleas, de enfrentamientos, de confrontaciones estériles, de sanciones que sólo perjudican a los humildes, confían en un cambio en paz.
Pacífica y electoralmente, el 28 de julio el cambio deseado será posible para que juntos hagamos de Venezuela el mejor país del mundo.